En cierta ocasión, un joven jactancioso se acercó a su ministro, al finalizar este su sermón titulado “La fraternidad entre los hombres”. “¿Quiere decir-preguntó -, que cuando muera y vaya al cielo, voy a tener que vivir con negros, judíos, católicos e indios?”. El anciano ministro calmó sus temores tranquilamente. “No se preocupe, joven, ¡usted no va al cielo!”.
Favorecer a unas personas más que a otras por motivos superficiales, como la apariencia, la raza, la riqueza o la posición social, es hacer acepción de personas. En ese sentido, los que profesan la fe en Cristo como el Señor de la gloria no deben conducirse con parcialidad, pues esta práctica no concuerda con su nueva vida de seguidores del humilde Jesús. Por eso la iglesia de Cristo es una comunidad sin clases.
“Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso señor Jesucristo sea sin acepción de personas... Si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores” (Santiago 2:1,9).
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