Jesús puede sanar el cuerpo y al mismo tiempo salvar el alma del ser humano. Puede liberar de una enfermedad y simultáneamente perdonar los pecados. En su divinidad ambas cosas son posibles de forma maravillosa y convincente, y se realizan perfectamente con un poder sin límites de ningún tipo.
Una muestra de este prodigio sucedió con un paralítico en Cafarnaum (Mateo 9:2-8). Allí, algunas personas le llevaron a un hombre acostado en una camilla, pues no podía caminar. Al ver Jesús que estas personas confiaban en él, le dijo al hombre: “Ten ánimo, hijo! Tus pecados te son perdonados”.
Algunos maestros de la Ley, que estaban en aquel lugar, pensaron: “Este blasfema”. Pero Jesús se dio cuenta de lo que estaban pensando. Él era también Dios y, por consiguiente, Omnisciente. Así que les preguntó: “¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Porque ¿qué es más fácil decir: los pecados te son perdonados o levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): “Levántate, toma tu cama y vete a tu casa”. El hombre se levantó y se fue a su casa.
Cristo demostró, en efecto, su poder para perdonar pecados al sanar instantáneamente al hombre de su parálisis. Si él pudo hacer lo aparentemente más difícil, podía hacer también lo que parecía más sencillo. Sin embargo, el perdón de los pecados era lo más difícil, pues le costó al Hijo de Dios hacerse Hijo del Hombre para sacrificar su vida.
0 comentarios:
Publicar un comentario